Hasta hace algunos años se destacaban determinadas cualidades de los líderes, como el pensamiento estratégico, la creatividad e innovación, la capacidad de conducción, la actitud y el arrojo. Pero hay una característica que pocas veces se señalaba: la humildad. Sin embargo, diferentes estudios hacen foco en la misma como uno de los factores de mayor impacto -y en muchas oportunidades menos presente-. La humildad es una manera de transitar que se torna cada vez más vital en los que conducen, así como en las organizaciones.
El diccionario la define como una virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, obrando de acuerdo con el mismo.
El origen de la palabra está ligado al humus -la capa más fértil de la tierra-, vinculándola con fertilidad. Del mismo modo, también está relacionado -a partir de su opuesto-con la humillación, poner al otro en el suelo, en un nivel inferior, herir el amor propio o la dignidad de alguien. Humildad y arrogancia están enfrentados, quien es humilde no se considera superior a nadie, ni pretende detentar una posición privilegiada. Quien es humilde jamás humilla. También está íntimamente relacionada con la diversidad, cada vez más valorada en el contexto de la necesidad imperiosa de disrupción permanente; es la comprensión de que nadie tiene un derecho especial sobre la realidad o la verdad, sino que los demás tienen perspectivas igualmente válidas que merecen respeto y consideración. Frente a la complejidad creciente, debemos aceptar que requerimos enriquecer las opiniones con las de los otros.
Jim Collins, uno de los investigadores en temas de liderazgo más reconocidos, propuso el concepto “Liderazgo de Nivel 5”, cuyos descriptores centrales son la férrea determinación y la necesidad de tener una extrema humildad personal, una intensa voluntad profesional para progresar, además de la voluntad, la resolución veloz y el reconocimiento a otros.
Se puede pensar en la humildad desde dos enfoques: la humildad personal y la voluntad profesional. La humildad personal la demuestran con modestia elocuente, evitan la adulación pública, nunca se jactan. Actúan con una callada y serena determinación, se apoyan principalmente en estándares inspirados y no en un carisma inspirador. Canalizan la ambición hacia la empresa, no hacia sí mismos y establecen sucesores para una grandeza aún mayor en la siguiente generación. La voluntad profesional se encuentra en que no por demostrar modestia elocuente dejan de generar excelentes resultados y son claros catalizadores de la excelencia.
Hay dos situaciones que ilustran de manera muy elocuente el perfil de los líderes que tienen humildad: el éxito y el error. Ellos asumen la responsabilidad por los errores y comparten el crédito del éxito. Se miran al espejo a la hora de asignar responsabilidades por los malos resultados; nunca culpan a otras personas, a factores externos o a la mala suerte, sino que se ven a sí mismas. Del mismo modo, observan por la ventana a la hora de atribuir el mérito por el éxito de la empresa a sus equipos. Hablan menos de logros personales y más de los éxitos compartidos. Se focalizan más en brindarse a otros que en recibir servicios de los otros.
El ego es uno de los factores claves para entender muchas de las situaciones organizacionales que se presentan a diario y a quienes participan. Un ego muy sano es una condición necesaria para ser más humildes; y dicha humildad ayuda a crear contextos de trabajo más positivos, de aprendizaje, servicio, gratitud y desarrollo sostenido.
Si todos los que trabajamos en el ámbito de las organizaciones -públicas, privadas, ONG- adoptáramos una actitud un poco más humilde, muy probablemente la transparencia, sencillez y simplicidad con la que operaríamos sería muy superior, se generarían menos conflictos y se incrementarían los resultados sostenibles. La humildad, en definitiva, es una manera de pararnos frente al otro, la sociedad y al mundo. Es una actitud ante la vida: mirando al cielo, pero con los pies sobre la tierra.
Articulo: Alejandro Melamed