Como podemos ver, las emociones son muy útiles en muchos momentos. Cuando se desencadena un tipo de emoción que afecta a nuestro bienestar, el organismo se prepara para responder con toda la gama de cambios físicos. Estos cambios incluyen el sistema nervioso autónomo, el sistema endocrino, el sistema inmune y también señales externas, como la expresión del rostro, el cambio en el tono de voz, la postura, etc. Estos cambios, según Paul Ekman, no los elegimos, simplemente ocurren sin que podamos controlarlos.
Una de las funciones principales de las emociones es expresar cómo nuestro inconsciente procesa una serie de estímulos externos y los refleja en nuestra biología. Las sensaciones físicas que acompañan las emociones son reguladas por el neocórtex; luego les damos una explicación racional que se expresa en forma de pensamientos y sentimientos. sin embargo, no somos conscientes de las acciones que emprendemos cuando nos embarga una emoción intensa, ni tampoco podemos tener un recuerdo preciso de todo lo ocurrido. Para reaccionar con la rapidez que se requiere en ciertas ocasiones, nuestro cerebro tiene que funcionar de forma rápida sin que apenas seamos conscientes.
Las emociones no pueden considerarse ni buenas ni malas, ya que todas son biológicamente indispensables para reaccionar de forma adaptativa ante los estímulos del entorno. Estas respuestas emocionales vienen grabadas en nuestra genética, son una herencia de nuestra evolución y se refuerzan con los aprendizajes. Los seres humanos tenemos en común una serie de emociones básicas, pero la forma de gestionarlas es totalmente personal y única. Cada individuo posee una propia representación interna del mundo en el que vive formada por sus creencias, valores, opiniones y pensamientos.
En el ser humano, la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo que utilizamos para valorar una situación concreta y, por lo tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha situación. Las emociones son una puerta de acceso al estudio de la estructura interna de la persona y de sus condicionamientos inconscientes. Para ello, es importante tomar conciencia de cómo éstas actúan en diferentes momentos de nuestra vida y no dejar que nos dominen de una forma inconsciente e irracional.
La psicóloga y neurocientífica Lisa Feldman Barret, en su libro «La vida secreta del cerebro» nos dice que la experiencia de la emoción la construye nuestro cerebro y por eso varían tanto de una persona a otra. En pocos milisegundos, el cerebro trata de encontrar la semejanza entre lo que estamos experimentado en este momento y lo vivido en algún momento pasado. A partir de las vivencias del pasado, el cerebro predice y construye la experiencia que tenemos del mundo. Así, cuando se está bajo la influencia de una emoción, no reaccionamos a lo que pasa sino a nuestra percepción subjetiva de lo que sucede. En este sentido, Paul Ekman escribe que las emociones alteran nuestra forma de ver el mundo, de manera que “juzgamos lo que ocurre para que resulte coherente con la emoción que sentimos y así poder justificarla y mantenerla. […] Únicamente recordará aquella parte de los conocimientos que la justifiquen y no la parte que la contradigan. […] Durante un rato nos encontramos en un estado refractario, un periodo en el que el pensamiento es incapaz de incorporar información que no encaje, mantenga o justifique la emoción que estamos sintiendo» (Ekman, P., 2012, pp. 62-63).
Cuando este periodo se alarga en el tiempo, el recuerdo que nos queda del evento está distorsionado. Para reinterpretar la experiencia será imprescindible que la persona vuelva a reencontrarse con esas emociones implicadas en los sucesos vividos en el pasado, observarlas desde una nueva perspectiva e incorporar la información que no se pudo o no se supo integrar en aquel momento. Esto permite trascender y cambiar el recuerdo sobre las mismas experiencias a partir de ese momento y, de esta forma, dejar de proyectarlas en el futuro. Los recuerdos que almacenamos con respecto a algo que nos ocurrió en el pasado repercuten en nuestro presente y, por ende, en lo que anticipamos como nuestro futuro.
Así pues, las emociones influyen en una dimensión muy importante para nuestra mente: el tiempo. Las emociones son como vehículos que nos permiten retroceder al momento en el que experimentamos una situación dolorosa y nos dan la oportunidad de reinterpretar lo sucedido. Cabe recordar que las experiencias no son buenas ni malas en un primer orden de realidad; son simplemente experiencias. El hecho de tomar una decisión y posicionarnos en exceso a favor o en contra de lo que nos sucede es lo que nos lleva al desequilibrio. Cuando esto ocurre, nuestro cuerpo ancla una emoción a esa experiencia. Mediante la emoción, podemos trasladarnos de nuevo a ese momento y encontrar una tercera opción que nos permita trascender los opuestos, dejar atrás ese desequilibrio e integrar un nuevo aprendizaje para ampliar nuestra conciencia.
Entonces, las función de las emociones sería responder al medio ambiente de forma eficaz, intuitiva y adaptativa. Esto se consigue gracias a que suscita reacciones conductuales y fisiológicas que nos preparan para gestionar los distintos estímulos que experimentamos. Además, ancla los distintos aprendizajes y nos permite reconocer la información oculta en nuestro inconsciente a través de las reacciones excesivas que notamos con respecto a aquello que percibimos. Por ejemplo, si vemos a un padre regañando a su hijo y esto nos suscita una tremenda reacción de rabia, deberemos observar qué parte de nuestra historia estamos viendo representada en esa escena. Además, las reacciones gestuales y fisiológicas de las emociones sirven como medio de comunicación con los demás seres de nuestro entorno. Son una herramienta con la que podemos expresar nuestro mundo interno, nuestras preferencias, rechazos y estados a los demás. Como decimos, las reacciones emocionales son naturales, pero cuando son excesivas reflejan nuestra información inconsciente de una forma explícita y reveladora.
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